¡Hola a todos!

Después de siete meses y medio en Chipre, por fin llegó la hora de cambiar de aires. Como bien anuncia el título de esta entrada, el destino no fue otro que Estambul. Un viaje que llevaba tiempo planeando realizar, pero que debido a la inestabilidad política y social en los últimos meses en el país turco, decidí posponer. Tras hablar con mi amigo turco Erdal y ver que aparentemente todo parecía tranquilo, decidí comprar los billetes para ir a visitarlo y a conocer la ciudad. Como ya he comentado en anteriores ocasiones, la situación de división de la isla y consecuentemente de conflicto con el gobierno turco hace que viajar desde la parte griega a Turquía se convierta en un problema de tiempo y dinero. Sin embargo, cruzar a la parte turca de la isla y comprar un billete a Estambul se traduce en unos cincuenta euros el billete y una hora y media de viaje. Así que, como voluntario que soy, con poco presupuesto y tiempo suficiente, la opción estaba clara.

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En los días previos al viaje me encargué de dejarlo todo preparado para el día del vuelo, como imprimir los billetes, comprobar la estación de autobuses en la parte norte de Nicosia, preparar parte del equipaje,…aunque sin mucho estrés. El miércoles de esa misma semana, se celebró en la Universidad Europea de Chipre una conferencia sobre juventud a la que asistimos mi compañero Benjamin y yo. En ella se realizaron una serie de talleres tratando diversos aspectos que conciernen a las nuevas generaciones en la isla, como el siempre presente problema del empleo o la búsqueda de soluciones al «asunto chipriota». Una jornada muy productiva, participando en el taller «El Asunto Chipriota», en la que aprendí un poco más sobre la historia reciente de Chipre, sus preocupaciones más urgentes y su voluntad por resolver una situación que ya dura más de cuarenta años.

El jueves, como normalmente, impartí las clases de español, y el viernes, al haber trabajado el domingo anterior, me cogí el día libre para ultimar detalles del viaje por la mañana. Por la tarde, cogí la mochila y me dirigí a la parada de autobuses que me llevaría al aeropuerto. Un par de horas antes del vuelo, como recomiendan, me encontraba en el aeropuerto de Ercan, y alrededor de las nueve de la noche, despegaba el avión rumbo a Estambul. El contraste entre el aeropuerto de salida y el de llegada fue abismal. De la tranquilidad del primero al movimiento frenético y sensación de caos del segundo. Ya estabamos en Estambul. En el exterior de la puerta de llegadas, un sinfin de taxis esperando a los turistas y viajeros que aparecían de la puerta. Mi primer pensamiento nada más ver aquel panorama fue «¿cómo cojones voy a encontrar aquí a mi amigo Erdal? Después de unas cuantas llamadas intentando ambos ubicarnos en aquel escenario, finalmente conseguimos encontrarnos. Un amigo suyo nos recogió a los dos y de allí fuimos directamente al piso de Erdal. Era medianoche y todos estábamos cansados. El sábado habría tiempo de disfrutar y ponernos al día.

Con Erdal

El sábado, sin prisas, nos levantamos, bajamos (Erdal vive en un decimocuarto piso) a una cafetería que había al lado del edificio y cogimos energías para afrontar la mañana. Nos dirigimos al metrobus para ir al centro histórico de la ciudad, previo transbordo al tranvía hasta llegar a la parada que nos dejaba al lado del Gran Bazaar. En medio del trasiego de la ciudad es difícil apreciar el tamaño del que fue durante la época otomana el centro económico de la ciudad, pero el caso es que este mercado cuenta con más de cincuenta y cuatro calles y alrededor de cuatro mil tiendas. Dejamos atrás el Gran Bazaar y continuamos nuestra particular ruta por las calles del casco antiguo de Estambul para dirigirnos a la Cisterna Basílica, construida en el periodo otomano, que en otros tiempos proveía de agua a la ciudad. Un lugar entre misterioso y relajante bajo tierra que sin duda mereció la pena visitar.

Agia Sofía

El siguiente punto al que nos dirigimos fue a la plaza que separa la Mezquita Azul de Agia Sofia, entre dos inmensos colosos que se miran de frente desde ambos lados de la plaza. Visitamos sin prisa ambas mezquitas (actualmente Agia Sofia es un museo) y después de contemplar estas dos maravillas nos dirigimos a las orillas del Bósforo. Desde allí pude contemplar la belleza del canal, a pesar del frío, y disfrutar de sus increíbles vistas, desde la Torre Galata en el barrio de Karaköy hasta la parte asiática de la ciudad. Cruzamos el puente entre el flujo de gente y la ingente cantidad de pescadores que allí se reunían en dirección a Karaköy para visitar la Torre Galata. Después de subir la pronunciada cuesta que hay para llegar hasta la torre, llegamos y vimos que había una cola larguísima para subir a ella, así que decidimos seguir con la ruta, ya tendría tiempo el lunes de subir sin tener que esperar tanto. Desde allí nos dirigimos hacia la Plaza Taksim, a través de una interminable calle llena de tiendas y más llena aun de gente. A mitad de camino, para descansar un poco, fuimos a tomarnos una cerveza y disfrutar (después de sufrir) la vida que tienen estas calles repletas de gente.

Tranvía turístico

Después de la cerveza, retomamos el camino, llegamos a la plaza Taksim, antaño llena de vida, esa tarde no tanto, y de allí fuimos a coger el tranvía primero y el metrobus después para dirigirnos a casa. Por la noche, Penar, novia de Erdal volvió de trabajar y de allí fuimos a un restaurante con comida típica turca. Al terminar, vuelta a casa a descansar, el domingo más.

De barbacoa

El domingo, sin prisa por levantarnos, despedimos a Penar, que tuvo que irse por motivos de trabajo, y junto con Osman, amigo de Erdal, salimos de la ciudad para hacer una barbacoa en el bosque. Un plan propio de un domingo de descanso para desconectar de la rutina y del frenesí de la ciudad. En el camino, paramos a comprar la carne y herramientas necesarias para la barbacoa y de allí llegamos al lugar para cocinar y disfrutar del día. Alrededor de las cinco y media empezó a oscurecer, por lo que recogimos todo y volvimos al piso.

El lunes, como Erdal tenía que trabajar, me fui solo a visitar la ciudad. Salimos de casa los dos juntos y cuando él llegó a su parada, seguí en el metrobus hasta llegar a la mía. Hice transbordo del metrobus al tranvía y me bajé en la parada «Sultán Ahmed», que te deja justo entre Agia Sofía y la Mezquita del Sultán Ahmed o Mezquita Azul. Desde allí me dirigí al Palacio de Topkapi para llegar por fin al canal del Bósforo. Me subí al ferry que me llevaba hasta la parte asiática de la ciudad, concretamente al barrio de Kadiköy, no sin antes disfrutar de las maravillosas vistas a lo largo del trayecto. Después de varias horas recorriendo las calles de la zona de Kadiköy y Üsküdar, regresé a la zona de Eminönü, en la parte europea. Parada para comer, ¿el qué? pues kebab, estaba desmayado y no tenía demasiada energía para buscar algo diferente.

Desde Galata

Comiendo al lado de la Torre Galata, lo siguiente que hice fue subirme a ella y deleitarme con las geniales vistas que desde allí se pueden apreciar. Una vista panorámica de la ciudad increíble. Al bajar, me dirigí de nuevo al Gran Bazaar y una vez dentro, me perdí. Me considero una persona con sentido de la orientación, pero el tamaño del lugar y la similitud de las galerías me despistaron sobremanera. Después de un rato dando vueltas, conseguí reubicarme y encontrar la salida que me llevaba a la parada del tranvía para regresar a casa. Estaba oscureciendo y Erdal ya estaba en casa esperando.

Cuando dices que Estambul tiene una población de catorce millones de habitantes, es normal encontrarse en plena hora punta la ingente cantidad de personas intentando hacerse un hueco en el bus o el metro para regresar a casa o desplazarse a cualquier otro lugar. Afortunadamente sobreviví a la experiencia y llegué a casa de Erdal justo a tiempo para cenar.

Mi último día en Estambul fue bastante relajado. Pasé todo el martes en casa de Erdal con un amigo suyo, Mehmet, descansando y preparando el viaje de vuelta. Antes de irme, Mehmet y yo fuimos a un restaurante para coger energías antes del vuelo. Justo antes de coger un taxi hacia el aeropuerto, tuve tiempo para despedirme de Erdal y Mehmet. Eternamente agradecido a mi amigo Erdal por su hospitalidad y buen trato. Nos vemos pronto amigo. Alrededor de la media noche estaba de vuelta en casa, en Nicosia.

noche italiana

De vuelta a la rutina pero con las pilas más que cargadas, seguí con mis clases de español el jueves y el viernes tocaba otra vez «noche cultural» en la oficina de YEU, esta vez «la noche italiana». Mis compañeras Gioia y Luana se encargaron de preparar una noche llena de buenos momentos y buena comida y gran participación al evento. El sábado me quedé en casa realizando tareas y por la noche asistí junto con varios amigos de Cáritas a un concierto de música clásica, un solo de piano interpretado por el compositor griego Christodoulos Georgiades, y al terminar, vuelta a casa.

Buen surtido

El domingo, mi amiga Andria me había invitado a una fiesta en su casa de campo junto con otras cuarenta personas. Allí disfrutamos de un día increíble elaborando zivania, cocinando, comiendo y disfrutando de la compañia. Algunos amigos de Andria trajeron sus instrumentos y por la tarde tocaron música tradicional con dos instrumentos poco usuales como son el santur y el laúd. Un día completo en el campo con la mejor compañía y también la mejor manera de terminar la semana.

¡Nos vemos en la próxima entrada!

 

 

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