Γεια σε όλους! (Hola a todos!)
Después de un fin de semana de relax y muy buena compañía, el lunes empezamos las clases de griego en la Universidad de Chipre. Un curso intensivo de nivel básico que durará hasta la penúltima semana de agosto. Una de las preocupaciones que teníamos los voluntarios era como llegar hasta la universidad, ya que el transporte público en Nicosia no es uno de los fuertes de la ciudad y debido al calor de estas fechas no teníamos muy claro que la bicicleta fuese una buena opción. Recorrer seis kilómetros a las dos del mediodía para volver a casa con cuarenta grados, un sol abrasador y un aire cargado que no deja respirar no es el mejor panorama para usar la bicicleta. De todas formas, decidí probar suerte el primer día para ver si sobrevivía a la experiencia.
Me levanté el lunes a las siete de la mañana para prepararme y salir con tiempo de casa. Conocía la ruta en bicicleta hasta la universidad, pero no el tiempo que necesitaría para llegar hasta allí. A las ocho Bárbara y yo cogimos la bici y nos dirigimos a la universidad. Llegamos allí cerca de las ocho y media, lo que nos dio tiempo para relajar el cuerpo y entrar en plenas condiciones a clase. Un poco más tarde llegarían Benjamin y Gioia. Allí conocimos a nuestros compañeros de clase y a nuestro profesor, Michalis. Comenzamos la clase y pronto pudimos comprobar que todos nuestros compañeros llevaban al menos un año viviendo en Chipre, lo que a pesar de ser un grupo de nivel básico, permitió al profesor avanzar con la materia más rápido de lo normal. Nosotros, que llevamos en la isla apenas tres meses y medio, nos costaba seguir el ritmo.
Al día siguiente, nada más entrar a clase el profesor propuso a Bárbara, Gioia y Benjamin cambiar a la clase de al lado, también de nivel básico pero con un ritmo más adecuado a sus necesidades. Sobre mí, Michalis no sabía qué hacer. Como he estado viéndome regularmente con mis compañeras de intercambio de idiomas desde mi llegada, he podido aprender a leer en griego antes del inicio de las clases, de ahí la duda del profesor. Me propuso probar el segundo día con él, y si veía que no podía seguir al grupo todavía tendría la opción de cambiarme de clase. Al final de la mañana lo tenía claro, me cambiaba de clase. En un grupo en el que el nivel es tan alto se aprenden muchas cosas, pero también de dejan muchas otras básicas e importantes sin entender, así que vamos, como dicen los chipriotas, siga siga.
El miércoles me cambié definitivamente de clase. Con un nivel más adecuado a mis necesidades, me sentía más cómodo y adaptado al grupo. Al llegar al mediodía después de cinco horas seguidas de griego, era hora de volver a casa, y al igual que el lunes y el martes, la temperatura el miércoles rozaba los cuarenta grados. Seis kilómetros que por las circunstancias se hacen eternos, pero que no hay más remedio que hacerlos. Al llegar a casa, una buena ducha, algo de comer y un rato de siesta, para recuperar energías.
El jueves siguieron las clases. Conforme iba pasando la semana, más duro se hacía tener que ir a la universidad, no tanto por las clases como por lo de madrugar y por el viaje en bicicleta. Cada día que pasaba, el nivel de dificultad de las clases y la cantidad de contenidos que recibiamos eran por momentos difícil de digerir, así que en la tarde del jueves me reuní con mi compañera de intercambio de idiomas para charlar un rato en español y resolver yo algunas dudas que tenía con el griego. Por la noche, nos reunimos Manu, Gioia, Benjamin, Georgiana, Emanuela, su amiga Laura y yo para cenar en un restaurante del centro donde la especialidad es el «souvlaki». Después, junto con Yari e Ilenia, fuimos a tomar una cerveza, para que no terminara demasiado pronto la noche. A eso de las doce y media cogimos el coche para volver a casa. Había que descansar, que el fin de semana se presentaba interesante a la vez que agotador, más aún después de la primera semana de clases, nos esperaba «Féngaros», uno de los festivales de música más importantes de Chipre.
El viernes, después de las clases de griego, preparé la mochila, la tienda de campaña y demás enseres y alrededor de las seis cargué las cosas en el coche de Manu. Esta vez fuimos en el coche Manu, Benjamim, portugués y compañero de Manu de organización y yo. En el coche que completaba el «convoy» iban Michalis, Panaiotis y Ángeles. En el pueblo de Kato Drys, donde el festival, nos reuniriamos con el resto de la tropa. Llegamos al pueblo, aparcamos en el quinto pino y nos dirigimos al camping para montar las tiendas. Como a las ocho de la tarde del viernes aquello ya estaba a reventar de gente y todas las sombras estaban cogidas para montar las tiendas, no nos quedó más remedio que acampar a cielo abierto, eso sí, cerca del recinto de conciertos y de los aseos, muy práctico para cubrir nuestras necesidades básicas (beber y mear).
Por la noche, todo el grupo disfrutó de una noche de buen rollo, risas y emociones. Varios grupos nacionales y otros internacionales amenizaron la velada con su música, aunque debo decir que mi concepto de festival de música dista un poco de lo que ví allí. La música que se tocó era buena, pero no para dar saltos y bailar sin parar. Esperaríamos al sábado noche.
El sábado por la mañana, después de una noche corta de sueño por culpa del calor, desayunamos todo el grupo y nos fuimos a la playa a pasar el día. A la vuelta, una ducha y a preparar el cuerpo para la noche. El pueblo se llenaba por momentos. Si la noche anterior había gente, el sábado se terminó de llenar. Por la noche, actuaba una cantante «muy famosa» de la que no había oído hablar en mi vida, Joss Stone. Probablemente no estoy tan al día en la música como creía. Volvimos por la noche a los conciertos después de nuestro particular botellón al lado del recinto de conciertos para disfrutar de la música, pero tampoco hubo música para mover el cuerpo de verdad. La cantante citada anteriormente era el centro de la noche, y a pesar de que cantaba como los ángeles, no pegaba mucho con el estilo del festival. De todas formas, lo pasamos bien.
El domingo era momento de recoger los bártulos y regresar a Nicosia. Pero antes de eso, aún hubo tiempo por la mañana para ir un rato a la playa y disfrutar algo el día. Mala suerte la nuestra, al llegar a la playa nos dijeron que no podíamos bañarnos porque al parecer el agua contenía aceite fruto de algún vertido accidental. Después de permanecer un rato en la arena bajo la sombrilla, recogimos las cosas y volvimos a Nicosia. Había que hacer los deberes de griego y descansar ya que la semana siguiente vendría dura.
Debido a las clases de griego y otras actividades que estoy realizando, no tengo mucho tiempo para escribir, por lo que voy a dejar de escribir durante un par de semanas. Os espero a la vuelta amigos y familia. Un abrazo grande!
Me encanta!! Te espero a la vuelta! Y descansa, que te lo mereces!!!